Cuando me encontró,
tuvo la caballerosidad de quitar su máscara y sonreírme con sorna.
Como los dos niños
que éramos, nos divertían las travesuras, nos gustaba gastarle
bromas a los vecinos, a los dueños de los almacenes, a nuestras
madres, entre nosotros. Pero también como los dos niños que éramos,
nunca medimos los riesgos que tomaban nuestras bromas, ni sabíamos
cuando parar.
Un día como
cualquier otro en el subsuelo. Un lugar lleno de oscuridad
iluminado por grandes focos, que imitarían la luz solar – aquella
luz que siempre añoré ser capaz de admirar, pero que nunca tendré
la dicha de volver a ver – y olor a humedad. Salimos de nuestras
casas a escondidas de nuestras madres un par de horas después que
los focos se encendieron. Queríamos ir a ver cómo gente enviada de
allá arriba llegaban en sus naves lujosas. Aquellas que
nosotros nunca tendríamos la posibilidad de obtener por más que nos
esforzáramos, ya que al ser parte de la gente de abajo, tiene
como consecuencia una vida llena de pobreza y miseria. Cosa que
nosotros a nuestros dulces diez años no comprendíamos
completamente.
La primera nave que
llegó era de color blanco y ventanas negras. Boquiabierto me quedé
ante su grandeza y la de sus pasajeros, que en aquellos días no
comprendía porqué usaban trajes herméticos y mascarillas. Cómo
quisiera volver a aquel tiempo y correr lo más lejos posible de esos
monstruos. ¡De aquellas personas que simplemente no tienen derecho a
llamarse personas!
Un par de naves más,
no tan grandes como la primera, bajaron del hueco que se abrió en el
cielo. Un par de rayos solares cayeron junto ellas y me bañaron en
una sensación cálida que no duró más que un par de segundos, pero
que alimentaron mi piel pálida – y la de mi amigo – y la
llenaron de una vitalidad que no conocía. Se sintió como el tacto
de una pluma. En ese momento me di realmente cuenta de lo desdichado
que era al haber nacido en un basural como el subsuelo, que apestaba
a desechos y a putrefacción. Allí todos tenían la piel pálida y
amoratada, como si la muerte nos hubiera cubierto con su manto desde
toda la vida.
Anonadado por la
nueva sensación, no me di cuenta del griterío que se escuchó desde
la primera fila de curiosos que rodeaban la nave. Con mi amigo nos
miramos y acto seguido gateamos entre las piernas de las personas
para llegar adelante y ver qué sucedía. Uno de los hombres de
arriba tenía algo que parecía ser una aspiradora. Junto
a él, un hombre estaba retorciéndose en el suelo, tosiendo
descontroladamente y de su nariz salía
un líquido espeso, que pude identificar como su sangre, pero mucho
más oscura que la sangre normal, casi negra.
La gente a mi
alrededor comenzó a correr.
“¡La Purga ha
comenzado!” gritó un hombre viejo que estaba detrás mío. “¡Los
Purgadores están aquí! ¡Las señales eran ciertas!” siguió
gritando en un estado que no supe identificar, pero que se le
acercaban a alaridos de satisfacción.
Tomé la mano de mi
amigo, que estaba completamente paralizado y tiré de él para correr
donde sea que la gente estaba corriendo. No miré hacia atrás, pero
por los gritos de las personas a mis espaldas, similares a los del
hombre tirado en el piso, supe que aquellos hombres había utilizado
otra vez sus “aspiradoras”.
Intentamos llegar a
nuestras casas y regresar al calor de nuestras madres que nunca
debimos abandonar. Cuando tan sólo faltaban unos cien metros para
llegar a mi casa, alguien tomó del brazo a mi amigo que iba detrás
de mi. Cuando me di vuelta para poder tomar su mano de regreso, sus
ojos abiertos de par en par se encontraron con los míos, igual de
abiertos al ver que mi amigo era retenido por uno de esos hombre de
arriba. Intenté decir algo, pero sólo salían bocanadas de aire
turbio de mis pulmones. Luego todo se hizo negro. Y llanto.
"Cómo me hubiera
gustado haber sido capaz de salvarte. Pero me alegra que estés vivo." El hombre de traje hermético frente a mi no dijo ni una sola
palabra, sin embargo empuñó su pistola hacia mi.
Ahora que mi vida
está pendiendo de un hilo y sólo puedo apelar a las emociones
guardadas de aquel hombre que me mira con ojos fríos, me arrepiento
más de haber salido de casa a escondidas de mi madre y de haberlo
convencido a él de acompañarme. Ahora que está frente a mi después
de tantos años, es imposible no invocar a todos esos recuerdos en
los que él aún vive, pero no es él, ahora es otro. Mi amigo no es
aquel que está frente a mi, con su respiración agitada por la
adrenalina de La Purga. Ahora que nos volvemos a encontrar, él como
purgador y yo como purgado, puedo decir cuánto extrañé su nariz
respingona y su rostro afeminado. Ahora que nos volvemos a encontrar
puedo decir cuánto odio ésta situación. Estar acorralado en un
callejón sin salida, con mínimas posibilidades de salir con vida,
hacían que mi corazón se apretara y a la vez latiera con todas sus
fuerzas. En un movimiento lento vi cómo tragaba saliva y su manzana
se movía en su cuello. Ambos estamos completamente exaltados.
Ahora que nos
volvemos a encontrar después de tantos años, me arrepiento de dejar
que se lo llevaran, debí haber ido yo. Sin embargo, yo no tendría
el valor de matarlo si me lo encontraba en ésta situación.
"Gracias por
sobrevivir hasta ahora." Me dijo con una sonrisa que cambió
inmediatamente por un rostro de hielo.
Un disparo.
De alguna forma
entiendo el porqué no me dio la oportunidad de seguir viviendo,
gracias a mí, él no pudo volver nunca más al calor de su hogar y a
las caricias de su madre.
Pero sigo dándole
las gracias por no haberme condenado a morir en las manos de esa
extraña enfermedad que convertía tu sangre en veneno.
Una lágrima se
resbaló por mi mejilla, pero no era yo quien estaba llorando.