domingo, 16 de octubre de 2016

Imperfección

cualidad de lo que tiene errores o fallas


Perfección

cualidad de lo que carece de error o defecto







martes, 27 de septiembre de 2016




¿es posible
que un buen rato
sea sólo un buen rato
y no la memoria
de un antiguo, infinito,
inolvidable buen rato?








Claudio Bertoni




En el último piso del Titanic, yo afirmaba la reja y tiraba de la cerradura, un ruido sordo y ellos seguían tomando chela en el ágora. Las luces de la Remodelación nos envolvían de a poco mientras subíamos a paso sigiloso, algunas veces con los demás, para ser absorbidos por la noche y las primeras veces por el frío. Se escuchaba la música constante del huerto y el griterío de las pircas. Algunas veces había una banca justo en el centro, rodeada de infinitas piedras y por las ventanas de la Fen. A lo lejos, hacia Bustamante; "Y hoy, por qué no?" brillaba en sus colores y la botella nos ofrecía dos copas de neón. Más allá, como un paraguas gigante, una medusa o simplemente como un dildo, en su magnitud y su tosquedad, el Costanera se imponía por sobre los edificios de providencia. Al otro lado, en realidad, rodeándonos, las Torres San Borja nos deleitaban con sus mosaicos luminosos y alguna que otra ventana cambiaba de color, nos encontrábamos justo en el centro del proyecto arquitectónico de los 70s que más nos marcó en el 2015, por lo menos a mí, ahí sus torres deliberadamente construidas, fríamente calculadas por los modernistas "duritos" que intercalaban las ventanas de forma obvia pero eficiente. Los mismos que construyeron las pasarelas meadas y rayadas; "nos desviamos" o algo así. Ahora en comodato de la Puc a menos que los que luchaban por ellas hayan conseguido algo. La Remodelación, la revolución, ya no me acuerdo de lo que conversábamos. A veces se veían estrellas, las únicas que se pueden ver en medio de Santiago Centro. A veces también recuerdo a la Ana robándose (disculpa la palabra fea) el afiche del libro de Vaisman y cuando lo salimos persiguiendo para hablarle sobre la Remodelación, creo que su correo nunca llegó. Recuerdo las guillotinas y el miedo que sentimos ante la idea que engendramos esa noche. Pero, sinceramente, lo que más recuerdo es el sonido de mis zapatos al subir por la plataforma de madera del Titanic, la sensación de sentarme sobre las piedras y las luces que, con un encanto melancólico (a menos que sea el valor agregado del recuerdo) nos alumbraban la noche, esas noches de cerveza, depresión, conversaciones tensas y la amable risa. (Y por supuesto, las bellas amistades y el porro)






27/09/2016; Recordando la vida de hace un año atrás.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Después del cambio de casa, pensé que lo que más extrañaría sería la vista que tiene de las estrellas mi antigua casa, sin embargo lo dije sin haber salido alguna vez a éste patio. Dejé todo lo que estaba haciendo cuando el pensamiento me vino a la mente. Me hice un té y me abrigué un poco. Abrí la puerta sin hacer mucho ruido, lo esencial de éstas exploraciones y descubrimientos es que nadie sea capaz de arruinar el momento. Vivirlos sola; estupendo. Acompañada de alguien importante; mucho mejor. En ésta ocasión salí sola al patio y levanté la vista. Inmediatamente sentí como una ráfaga de viento me revolvía el cabello y me congelaba la cara y las manos y el té humeaba. Pude sentirme lejos por un instante mirando fijamente a esas estrellas brillantes.
 Me fui lejos y de pronto ya no estaba en Recoleta, ni en Santiago. Estaba en ese pueblito playero que fui una vez, la casa se encontraba en un pasaje de tierra, rodeada de otras casas playeras con el color gastado y las rejas oxidadas, la madera podrida o apolillada. Al final del pasaje había un bosque que se comía la oscuridad de la noche haciéndolo muy terrorífico y a la vez encantador. El pasaje conectaba directamente a la calle principal del pueblo, que tampoco estaba pavimentada, sólo había veredas, pero también estaban cubiertas de arena. Al otro lado de la calle había un minimarquet que tenía de esas máquinas de pelolitas en la que los niños juegan a apostar a la suerte y a sus habilidades tirando del mango. Una cuadra más arriba había un pequeño terminal de buses, que en realidad consistía de una pequeña casucha de madera prensada donde comprabas los pasajes. Hacia el otro lado había una pequeña costanera que daba entrada a una larga playa imposible de recorrer en el tiempo que tuve en esos momentos. Pero me senté ahí por horas, viendo, viendo, viendo y sintiendo, oyendo y viviendo. Respirando y dejando todo ahí. Cuando me levanté sacudí la arena y miré bien a ver si algo se me quedaba, pero no había nada, yo sentí que algo perdí, pero hubo ganancia y como una semillita pequeña me enterré en la arena para volver en algún momento, cuando ya haya florecido, volveré por mí. Caminé más haya, hacia el sur, atravesé un pequeño puente hecho de neumáticos para no mojarme los pies con agua estancada. Se escuchaba gente, se veían luces, era un carnaval. Estaba emocionada. Había juegos, pero yo fui directo a comprarme una manzana confitada, manché mis manos y mi boca, pero eso no importaba cuando sonreía a la tipa que tocaba guitarra y cantaba una canción. Recorrí la cuadra completa, extasiada por la gente, la alegría, los colores, los olores, por la noche. Entonces vi un pequeño desvío que me llevaba a la orilla de la playa. Nunca antes sentí la arena tan liviana para caminar y tan agradable el olor del mar. La humedad me tenía el pelo esponjado y la cara húmeda, tenía la boca manchada y las manos pegajosas. Era feliz en ese momento. Había una silla de salvavidas, de esas que son altas y blancas. Me subí, me senté y ahí pude apreciar el grandioso cielo nocturno, las olas y esa línea apenas visible que divide un mar oscuro con un cielo negro. Esa línea que une lo que es imposible de unir, pero que lo hace posible durante las noches y que no todos son capaces de ver, porque nadie se fija en las cosas que están ahí, las cosas que hacen éste mundo nuestro mundo y no otro. Esa cantidad de agua, unida con el universo y las estrellas que se unen a sus reflejos en el mar, cuando las estrellas pertenecen a la Tierra y cuando nosotros le pertenecemos a ella. Cuando la Tierra es nuestra y eso nos une a algo. Esa línea divisoria que nos acerca a la idea de que somos parte de algo mucho más grande. Todos somos parte. Pero nadie se da cuenta.
 Y ya estaba aquí, afuera de mi patio, mirando las estrellas con el cuello doblado y muy adolorido, cuando mi papá me habló de por la ventana de la cocina y me preguntó si quería ver una película con ellos. Miré mi té y ya estaba frío. No, gracias Le dije y se fue a acostar. Miré por última vez las estrellas pero el recuerdo ya se había ido. Miré las velas que puso el Gonzalo en la gruta, me encandilé con las luces y un recuerdo fugaz de una niña haciendo malabares con fuego pasó por mi cabeza. Luego caminé hacia la puerta y cerré con llave.
 Algún día volveré a recoger todos los sentimientos que quedaron enterrados en esa playa.

19/07/2015

lunes, 19 de septiembre de 2016

Te dejé partir en medio de una nada infinita
abracé tu ausencia como si dependiera de ella
y con el tiempo me he hecho dependiente de tus no respuestas
me volví adicta a hablarte sobre el pasado
y a mandarte cartas sobre el futuro
ya que no hay un presente
no hay un “somos”;
éramos,
o si el destino retorcido que nos separó nos juntara de nuevo;
seremos,
pero si la línea suspendida en la que nos encontramos
se volviera a mover bajo nuestros pies
en vez de tensarse
estaría enamorada del dolor que he vivido
estaría extasiada del reencuentro
de la imagen
siendo tú ausencia
y yo dolor latente.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Yo no soy yo


Coloco la alarma del celular. Debo despertar temprano en la mañana, como lo hice la mañana anterior y la anterior a esa. Me acuesto pensando en lo que hice ese día y una simple palabra viene a mi cabeza; Nada. El día fue igual al día anterior y realmente no vale la pena recordarlo, por eso desecho mis días. Los desecho porque no vale la pena recordar la monotonía y la gama de grises que decoran todas sus escenas. 
Doy vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Pero es como si se me resbalara de las manos y no puedo pillarle la cola. Al final se escurre sin dejar rastro y yo quedo varada en mi cama, pensando.
¿Cuándo seré capaz de traerla de vuelta? Aquella persona que disfrutaba dormir, que disfrutaba comer y que tenía una sonrisa pegada en la cara todo el día, porque, ¿qué hay de malo en ello? 
Sin embargo esa persona está tan lejos y en un lugar que no puedo alcanzar. Cada vez se hunde más y más, se esconde y se va. Se pierde entre las cortinas de humo que están en mi cabeza.
¿Cuándo seré capaz de volver? La abrumadora oscuridad que me rodea me hace sentir imposibilitada, ansiosa, vulnerable. Estoy atrapada en algún lugar de mi mente. Juego con la angustia. Quiero volver a ser quien era. Quiero ser yo nuevamente. 
Cuando finalmente concilio el sueño, la alarma suena e indica que debo empezar un nuevo día.
La carcasa se mueve y hace todo lo que debe hacer. Pero la esencia queda impregnada en la cama. La persona agoniza en algún lugar de su propia mente. 
Me miro en el espejo, pero esa persona no soy yo. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

La Purga




Cuando me encontró, tuvo la caballerosidad de quitar su máscara y sonreírme con sorna.

Como los dos niños que éramos, nos divertían las travesuras, nos gustaba gastarle bromas a los vecinos, a los dueños de los almacenes, a nuestras madres, entre nosotros. Pero también como los dos niños que éramos, nunca medimos los riesgos que tomaban nuestras bromas, ni sabíamos cuando parar.

Un día como cualquier otro en el subsuelo. Un lugar lleno de oscuridad iluminado por grandes focos, que imitarían la luz solar – aquella luz que siempre añoré ser capaz de admirar, pero que nunca tendré la dicha de volver a ver – y olor a humedad. Salimos de nuestras casas a escondidas de nuestras madres un par de horas después que los focos se encendieron. Queríamos ir a ver cómo gente enviada de allá arriba llegaban en sus naves lujosas. Aquellas que nosotros nunca tendríamos la posibilidad de obtener por más que nos esforzáramos, ya que al ser parte de la gente de abajo, tiene como consecuencia una vida llena de pobreza y miseria. Cosa que nosotros a nuestros dulces diez años no comprendíamos completamente.

La primera nave que llegó era de color blanco y ventanas negras. Boquiabierto me quedé ante su grandeza y la de sus pasajeros, que en aquellos días no comprendía porqué usaban trajes herméticos y mascarillas. Cómo quisiera volver a aquel tiempo y correr lo más lejos posible de esos monstruos. ¡De aquellas personas que simplemente no tienen derecho a llamarse personas!

Un par de naves más, no tan grandes como la primera, bajaron del hueco que se abrió en el cielo. Un par de rayos solares cayeron junto ellas y me bañaron en una sensación cálida que no duró más que un par de segundos, pero que alimentaron mi piel pálida – y la de mi amigo – y la llenaron de una vitalidad que no conocía. Se sintió como el tacto de una pluma. En ese momento me di realmente cuenta de lo desdichado que era al haber nacido en un basural como el subsuelo, que apestaba a desechos y a putrefacción. Allí todos tenían la piel pálida y amoratada, como si la muerte nos hubiera cubierto con su manto desde toda la vida.

Anonadado por la nueva sensación, no me di cuenta del griterío que se escuchó desde la primera fila de curiosos que rodeaban la nave. Con mi amigo nos miramos y acto seguido gateamos entre las piernas de las personas para llegar adelante y ver qué sucedía. Uno de los hombres de arriba tenía algo que parecía ser una aspiradora. Junto a él, un hombre estaba retorciéndose en el suelo, tosiendo descontroladamente y de su nariz salía un líquido espeso, que pude identificar como su sangre, pero mucho más oscura que la sangre normal, casi negra.

La gente a mi alrededor comenzó a correr.

“¡La Purga ha comenzado!” gritó un hombre viejo que estaba detrás mío. “¡Los Purgadores están aquí! ¡Las señales eran ciertas!” siguió gritando en un estado que no supe identificar, pero que se le acercaban a alaridos de satisfacción.

Tomé la mano de mi amigo, que estaba completamente paralizado y tiré de él para correr donde sea que la gente estaba corriendo. No miré hacia atrás, pero por los gritos de las personas a mis espaldas, similares a los del hombre tirado en el piso, supe que aquellos hombres había utilizado otra vez sus “aspiradoras”.
Intentamos llegar a nuestras casas y regresar al calor de nuestras madres que nunca debimos abandonar. Cuando tan sólo faltaban unos cien metros para llegar a mi casa, alguien tomó del brazo a mi amigo que iba detrás de mi. Cuando me di vuelta para poder tomar su mano de regreso, sus ojos abiertos de par en par se encontraron con los míos, igual de abiertos al ver que mi amigo era retenido por uno de esos hombre de arriba. Intenté decir algo, pero sólo salían bocanadas de aire turbio de mis pulmones. Luego todo se hizo negro. Y llanto.


"Cómo me hubiera gustado haber sido capaz de salvarte. Pero me alegra que estés vivo." El hombre de traje hermético frente a mi no dijo ni una sola palabra, sin embargo empuñó su pistola hacia mi.

Ahora que mi vida está pendiendo de un hilo y sólo puedo apelar a las emociones guardadas de aquel hombre que me mira con ojos fríos, me arrepiento más de haber salido de casa a escondidas de mi madre y de haberlo convencido a él de acompañarme. Ahora que está frente a mi después de tantos años, es imposible no invocar a todos esos recuerdos en los que él aún vive, pero no es él, ahora es otro. Mi amigo no es aquel que está frente a mi, con su respiración agitada por la adrenalina de La Purga. Ahora que nos volvemos a encontrar, él como purgador y yo como purgado, puedo decir cuánto extrañé su nariz respingona y su rostro afeminado. Ahora que nos volvemos a encontrar puedo decir cuánto odio ésta situación. Estar acorralado en un callejón sin salida, con mínimas posibilidades de salir con vida, hacían que mi corazón se apretara y a la vez latiera con todas sus fuerzas. En un movimiento lento vi cómo tragaba saliva y su manzana se movía en su cuello. Ambos estamos completamente exaltados.

Ahora que nos volvemos a encontrar después de tantos años, me arrepiento de dejar que se lo llevaran, debí haber ido yo. Sin embargo, yo no tendría el valor de matarlo si me lo encontraba en ésta situación.

"Gracias por sobrevivir hasta ahora." Me dijo con una sonrisa que cambió inmediatamente por un rostro de hielo.

Un disparo.

De alguna forma entiendo el porqué no me dio la oportunidad de seguir viviendo, gracias a mí, él no pudo volver nunca más al calor de su hogar y a las caricias de su madre.

Pero sigo dándole las gracias por no haberme condenado a morir en las manos de esa extraña enfermedad que convertía tu sangre en veneno.

Una lágrima se resbaló por mi mejilla, pero no era yo quien estaba llorando.