viernes, 19 de diciembre de 2014

Yo no soy yo


Coloco la alarma del celular. Debo despertar temprano en la mañana, como lo hice la mañana anterior y la anterior a esa. Me acuesto pensando en lo que hice ese día y una simple palabra viene a mi cabeza; Nada. El día fue igual al día anterior y realmente no vale la pena recordarlo, por eso desecho mis días. Los desecho porque no vale la pena recordar la monotonía y la gama de grises que decoran todas sus escenas. 
Doy vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Pero es como si se me resbalara de las manos y no puedo pillarle la cola. Al final se escurre sin dejar rastro y yo quedo varada en mi cama, pensando.
¿Cuándo seré capaz de traerla de vuelta? Aquella persona que disfrutaba dormir, que disfrutaba comer y que tenía una sonrisa pegada en la cara todo el día, porque, ¿qué hay de malo en ello? 
Sin embargo esa persona está tan lejos y en un lugar que no puedo alcanzar. Cada vez se hunde más y más, se esconde y se va. Se pierde entre las cortinas de humo que están en mi cabeza.
¿Cuándo seré capaz de volver? La abrumadora oscuridad que me rodea me hace sentir imposibilitada, ansiosa, vulnerable. Estoy atrapada en algún lugar de mi mente. Juego con la angustia. Quiero volver a ser quien era. Quiero ser yo nuevamente. 
Cuando finalmente concilio el sueño, la alarma suena e indica que debo empezar un nuevo día.
La carcasa se mueve y hace todo lo que debe hacer. Pero la esencia queda impregnada en la cama. La persona agoniza en algún lugar de su propia mente. 
Me miro en el espejo, pero esa persona no soy yo. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

La Purga




Cuando me encontró, tuvo la caballerosidad de quitar su máscara y sonreírme con sorna.

Como los dos niños que éramos, nos divertían las travesuras, nos gustaba gastarle bromas a los vecinos, a los dueños de los almacenes, a nuestras madres, entre nosotros. Pero también como los dos niños que éramos, nunca medimos los riesgos que tomaban nuestras bromas, ni sabíamos cuando parar.

Un día como cualquier otro en el subsuelo. Un lugar lleno de oscuridad iluminado por grandes focos, que imitarían la luz solar – aquella luz que siempre añoré ser capaz de admirar, pero que nunca tendré la dicha de volver a ver – y olor a humedad. Salimos de nuestras casas a escondidas de nuestras madres un par de horas después que los focos se encendieron. Queríamos ir a ver cómo gente enviada de allá arriba llegaban en sus naves lujosas. Aquellas que nosotros nunca tendríamos la posibilidad de obtener por más que nos esforzáramos, ya que al ser parte de la gente de abajo, tiene como consecuencia una vida llena de pobreza y miseria. Cosa que nosotros a nuestros dulces diez años no comprendíamos completamente.

La primera nave que llegó era de color blanco y ventanas negras. Boquiabierto me quedé ante su grandeza y la de sus pasajeros, que en aquellos días no comprendía porqué usaban trajes herméticos y mascarillas. Cómo quisiera volver a aquel tiempo y correr lo más lejos posible de esos monstruos. ¡De aquellas personas que simplemente no tienen derecho a llamarse personas!

Un par de naves más, no tan grandes como la primera, bajaron del hueco que se abrió en el cielo. Un par de rayos solares cayeron junto ellas y me bañaron en una sensación cálida que no duró más que un par de segundos, pero que alimentaron mi piel pálida – y la de mi amigo – y la llenaron de una vitalidad que no conocía. Se sintió como el tacto de una pluma. En ese momento me di realmente cuenta de lo desdichado que era al haber nacido en un basural como el subsuelo, que apestaba a desechos y a putrefacción. Allí todos tenían la piel pálida y amoratada, como si la muerte nos hubiera cubierto con su manto desde toda la vida.

Anonadado por la nueva sensación, no me di cuenta del griterío que se escuchó desde la primera fila de curiosos que rodeaban la nave. Con mi amigo nos miramos y acto seguido gateamos entre las piernas de las personas para llegar adelante y ver qué sucedía. Uno de los hombres de arriba tenía algo que parecía ser una aspiradora. Junto a él, un hombre estaba retorciéndose en el suelo, tosiendo descontroladamente y de su nariz salía un líquido espeso, que pude identificar como su sangre, pero mucho más oscura que la sangre normal, casi negra.

La gente a mi alrededor comenzó a correr.

“¡La Purga ha comenzado!” gritó un hombre viejo que estaba detrás mío. “¡Los Purgadores están aquí! ¡Las señales eran ciertas!” siguió gritando en un estado que no supe identificar, pero que se le acercaban a alaridos de satisfacción.

Tomé la mano de mi amigo, que estaba completamente paralizado y tiré de él para correr donde sea que la gente estaba corriendo. No miré hacia atrás, pero por los gritos de las personas a mis espaldas, similares a los del hombre tirado en el piso, supe que aquellos hombres había utilizado otra vez sus “aspiradoras”.
Intentamos llegar a nuestras casas y regresar al calor de nuestras madres que nunca debimos abandonar. Cuando tan sólo faltaban unos cien metros para llegar a mi casa, alguien tomó del brazo a mi amigo que iba detrás de mi. Cuando me di vuelta para poder tomar su mano de regreso, sus ojos abiertos de par en par se encontraron con los míos, igual de abiertos al ver que mi amigo era retenido por uno de esos hombre de arriba. Intenté decir algo, pero sólo salían bocanadas de aire turbio de mis pulmones. Luego todo se hizo negro. Y llanto.


"Cómo me hubiera gustado haber sido capaz de salvarte. Pero me alegra que estés vivo." El hombre de traje hermético frente a mi no dijo ni una sola palabra, sin embargo empuñó su pistola hacia mi.

Ahora que mi vida está pendiendo de un hilo y sólo puedo apelar a las emociones guardadas de aquel hombre que me mira con ojos fríos, me arrepiento más de haber salido de casa a escondidas de mi madre y de haberlo convencido a él de acompañarme. Ahora que está frente a mi después de tantos años, es imposible no invocar a todos esos recuerdos en los que él aún vive, pero no es él, ahora es otro. Mi amigo no es aquel que está frente a mi, con su respiración agitada por la adrenalina de La Purga. Ahora que nos volvemos a encontrar, él como purgador y yo como purgado, puedo decir cuánto extrañé su nariz respingona y su rostro afeminado. Ahora que nos volvemos a encontrar puedo decir cuánto odio ésta situación. Estar acorralado en un callejón sin salida, con mínimas posibilidades de salir con vida, hacían que mi corazón se apretara y a la vez latiera con todas sus fuerzas. En un movimiento lento vi cómo tragaba saliva y su manzana se movía en su cuello. Ambos estamos completamente exaltados.

Ahora que nos volvemos a encontrar después de tantos años, me arrepiento de dejar que se lo llevaran, debí haber ido yo. Sin embargo, yo no tendría el valor de matarlo si me lo encontraba en ésta situación.

"Gracias por sobrevivir hasta ahora." Me dijo con una sonrisa que cambió inmediatamente por un rostro de hielo.

Un disparo.

De alguna forma entiendo el porqué no me dio la oportunidad de seguir viviendo, gracias a mí, él no pudo volver nunca más al calor de su hogar y a las caricias de su madre.

Pero sigo dándole las gracias por no haberme condenado a morir en las manos de esa extraña enfermedad que convertía tu sangre en veneno.

Una lágrima se resbaló por mi mejilla, pero no era yo quien estaba llorando.





Imaginario



Caminé a toda la velocidad que mis cuatro patas me permitían antes de galopar por el asfalto resbaladizo por la lluvia de aquella mañana. Tan pronto como desperté me encontraba tirado en algún lugar de la ciudad. Esa ciudad que yo nunca había visto a través de mis propios ojos, pero sin embargo, conocía a la perfección.

Las imágenes que ella me mostraba todos los días, hasta en sus sueños, las tenía grabada en mi memoria como si fueran mis propios recuerdos. Sin embargo las primeras imágenes que mi propio cerebro codificaba a través de mis ojos, eran aquellos. Yo, galopando en la ciudad, con la mirada atenta de los transeúntes sobre mí.

Tenía que encontrarla. Necesitaba explicaciones. No se suponía que debía pasar esto, no había forma en que pudiera lograrlo. ¿Cuándo lo hizo? ¿Mientras dormíamos? Es imposible que no me haya dado cuenta de que estaba siendo extirpado de su mente, se supone que pensábamos lo mismo. Una ola de desesperación me atravesó como una daga, directo en el pecho. Me aterraba el pensamiento de nunca más poder estar cerca de ella. Me aterraba la posibilidad de que ella me hubiera desterrado de la tierra de sus pensamientos vivos, a aquella donde estaban los olvidados. No quería convertirme en las cenizas de su mente infantil. No quería vivir en una dimensión donde ella no estuviera.

Llegué hasta una pequeña casa color ladrillo. Abrí la puerta de una patada y corrí escaleras arriba. Entré en la primera habitación de la derecha y allí estaba ella. Me daba la espalda. Intenté acercarme sin hacer mucho escándalo con mis patas y mi cola lanuda. Toqué su hombro con impaciencia. No era posible que ella no hubiera notado el escándalo que hice para entrar en su casa. ¡Mírame!. La di vuelta y sus ojos acaramelados se encontraron con los míos.

- ¡Volviste! – Una resplandeciente sonrisa se asomó de sus labios rosas – ¡Pensé que nunca te encontraría! – Saltó sobre mí y me apretó con sus bracitos.
- Pensé que querías deshacerte de mí.
- Jamás me desharía ti. Eres parte de mí, como yo soy parte de ti.
- Tú eres yo. Yo no soy nada.


- ¡No! – Deshizo el abrazo y posó una de sus pequeñas manos en mi mejilla – Ahora eres real. 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Infierno


El reloj daba las doce, lo sabía porque las manillas negras comenzaban a derretirse conforme el sol se posicionaba en lo más alto del cielo. El reloj digital estaba estancado en las tres de la madrugada y comenzaba a echar humo por sus vértices destruidas.
Miré por la ventana. Efectivamente. Era la peor hora del día, el pavimento se había transformado en montones de granitos pulverizados y el viento seco arrastraba la arena hasta golpearla con los ventanales de mi departamento en el quinto piso. Me alejé de la ventana y bajé las persianas para aminorar el exceso de luz que comenzaba a cegarme. Me acerqué al interruptor del aire acondicionado y lo encendí con la esperanza de que el calor menguara un poco, sin embargo el aire caliente se filtraba por los orificios más pequeños del ladrillo de mala calidad con que estaba construido mi complejo de apartamentos. También se colaba por debajo de la puerta de entrada y por las ventanas mal colocadas.
Sólo un minuto.
Debía esperar sólo un minuto para que el infierno pasara por afuera de mi casa.
Se escuchaban a los perros de mis vecinos ladrar, los gatos rasguñar las puertas y ventanas para poder entrar a la protección de sus casas. Sin embargo ya era muy tarde para ellos, nadie se arriesgaría a abrir sus puertas a un minuto de que el infierno pasara por ahí. El maldito infierno que nos atormentaba todos los días.
El reloj en forma cremosa se resbaló por mi pared hasta llegar al piso y comenzar a quemarlo como si fuera ácido.
Faltaba poco, faltaba muy poco.
No esperé más y corrí hasta mi habitación. Me metí en la cama y me cubrí con las mantas. Protección.
De pronto una gran explosión retumbó en todo el edificio. Habían llegado. El infierno estaba finalmente en mi casa. No habían golpeado. Sin invitación. Se colaron destruyendo mis ventanas, mis paredes y mis puertas.
Podía sentir el abrasador calor que derretía el piso, pero no me moví. Abracé con fuerzas mi almohada y las mantas para protegerme de los invasores. Los sentía afuera, gruñían, gritaban, desgarraban sus cuerdas vocales con sus guturales voces.
Sólo un minuto. El infierno sólo dura un minuto.
Sentí como uno de ellos intentó arrebatarme mis cobijas pero luché, no me llevarían con ellos hoy. Ni hoy ni nunca.
Me aferré con todas mis fuerzas a las sábanas y cerré los ojos.
Sólo unos segundos más.
Otras manos se unieron a las que anteriormente forcejeaban para despojarme de mi lecho. Batallé contra ellos con ímpetu. Me aferré como nunca a las mantas y pellizqué sus manos callosas sobrenaturales desde adentro y esperé a que se fueran.
Cinco segundos más.
Se unió un tercero al forcejeo, sentí que ya no podía más. No solté en ningún momento las cobijas. Pero ellos lograron arrebatármela de las manos.
Sólo un segundo más.
Vi cómo unos ojos rojos iguales al fuego que me rodeaba se posaban sobre mí y se reían de mi piel calcinada y ampollada. Intentó acercarse. Intentó llevarme con él al infierno.
Sonó el reloj.
El infierno se fue.
Abrí los ojos y allí estaba, tirado sobre la cama, con las mantas esparcidas por todos lados.
Me senté y tallé mis ojos esperando espantar el sueño que aún me tiraba de los pies. Miré hacia la ventana, todo seguía normal.
He sobrevivido otro día.
Me moví hasta el comedor y abrí las persianas. El reloj seguía donde mismo, intacto. El reloj digital estaba sobre su respectivo mueble funcionando a la par con el reloj de la pared.
Había sobrevivido otro día.