lunes, 17 de noviembre de 2014

La Purga




Cuando me encontró, tuvo la caballerosidad de quitar su máscara y sonreírme con sorna.

Como los dos niños que éramos, nos divertían las travesuras, nos gustaba gastarle bromas a los vecinos, a los dueños de los almacenes, a nuestras madres, entre nosotros. Pero también como los dos niños que éramos, nunca medimos los riesgos que tomaban nuestras bromas, ni sabíamos cuando parar.

Un día como cualquier otro en el subsuelo. Un lugar lleno de oscuridad iluminado por grandes focos, que imitarían la luz solar – aquella luz que siempre añoré ser capaz de admirar, pero que nunca tendré la dicha de volver a ver – y olor a humedad. Salimos de nuestras casas a escondidas de nuestras madres un par de horas después que los focos se encendieron. Queríamos ir a ver cómo gente enviada de allá arriba llegaban en sus naves lujosas. Aquellas que nosotros nunca tendríamos la posibilidad de obtener por más que nos esforzáramos, ya que al ser parte de la gente de abajo, tiene como consecuencia una vida llena de pobreza y miseria. Cosa que nosotros a nuestros dulces diez años no comprendíamos completamente.

La primera nave que llegó era de color blanco y ventanas negras. Boquiabierto me quedé ante su grandeza y la de sus pasajeros, que en aquellos días no comprendía porqué usaban trajes herméticos y mascarillas. Cómo quisiera volver a aquel tiempo y correr lo más lejos posible de esos monstruos. ¡De aquellas personas que simplemente no tienen derecho a llamarse personas!

Un par de naves más, no tan grandes como la primera, bajaron del hueco que se abrió en el cielo. Un par de rayos solares cayeron junto ellas y me bañaron en una sensación cálida que no duró más que un par de segundos, pero que alimentaron mi piel pálida – y la de mi amigo – y la llenaron de una vitalidad que no conocía. Se sintió como el tacto de una pluma. En ese momento me di realmente cuenta de lo desdichado que era al haber nacido en un basural como el subsuelo, que apestaba a desechos y a putrefacción. Allí todos tenían la piel pálida y amoratada, como si la muerte nos hubiera cubierto con su manto desde toda la vida.

Anonadado por la nueva sensación, no me di cuenta del griterío que se escuchó desde la primera fila de curiosos que rodeaban la nave. Con mi amigo nos miramos y acto seguido gateamos entre las piernas de las personas para llegar adelante y ver qué sucedía. Uno de los hombres de arriba tenía algo que parecía ser una aspiradora. Junto a él, un hombre estaba retorciéndose en el suelo, tosiendo descontroladamente y de su nariz salía un líquido espeso, que pude identificar como su sangre, pero mucho más oscura que la sangre normal, casi negra.

La gente a mi alrededor comenzó a correr.

“¡La Purga ha comenzado!” gritó un hombre viejo que estaba detrás mío. “¡Los Purgadores están aquí! ¡Las señales eran ciertas!” siguió gritando en un estado que no supe identificar, pero que se le acercaban a alaridos de satisfacción.

Tomé la mano de mi amigo, que estaba completamente paralizado y tiré de él para correr donde sea que la gente estaba corriendo. No miré hacia atrás, pero por los gritos de las personas a mis espaldas, similares a los del hombre tirado en el piso, supe que aquellos hombres había utilizado otra vez sus “aspiradoras”.
Intentamos llegar a nuestras casas y regresar al calor de nuestras madres que nunca debimos abandonar. Cuando tan sólo faltaban unos cien metros para llegar a mi casa, alguien tomó del brazo a mi amigo que iba detrás de mi. Cuando me di vuelta para poder tomar su mano de regreso, sus ojos abiertos de par en par se encontraron con los míos, igual de abiertos al ver que mi amigo era retenido por uno de esos hombre de arriba. Intenté decir algo, pero sólo salían bocanadas de aire turbio de mis pulmones. Luego todo se hizo negro. Y llanto.


"Cómo me hubiera gustado haber sido capaz de salvarte. Pero me alegra que estés vivo." El hombre de traje hermético frente a mi no dijo ni una sola palabra, sin embargo empuñó su pistola hacia mi.

Ahora que mi vida está pendiendo de un hilo y sólo puedo apelar a las emociones guardadas de aquel hombre que me mira con ojos fríos, me arrepiento más de haber salido de casa a escondidas de mi madre y de haberlo convencido a él de acompañarme. Ahora que está frente a mi después de tantos años, es imposible no invocar a todos esos recuerdos en los que él aún vive, pero no es él, ahora es otro. Mi amigo no es aquel que está frente a mi, con su respiración agitada por la adrenalina de La Purga. Ahora que nos volvemos a encontrar, él como purgador y yo como purgado, puedo decir cuánto extrañé su nariz respingona y su rostro afeminado. Ahora que nos volvemos a encontrar puedo decir cuánto odio ésta situación. Estar acorralado en un callejón sin salida, con mínimas posibilidades de salir con vida, hacían que mi corazón se apretara y a la vez latiera con todas sus fuerzas. En un movimiento lento vi cómo tragaba saliva y su manzana se movía en su cuello. Ambos estamos completamente exaltados.

Ahora que nos volvemos a encontrar después de tantos años, me arrepiento de dejar que se lo llevaran, debí haber ido yo. Sin embargo, yo no tendría el valor de matarlo si me lo encontraba en ésta situación.

"Gracias por sobrevivir hasta ahora." Me dijo con una sonrisa que cambió inmediatamente por un rostro de hielo.

Un disparo.

De alguna forma entiendo el porqué no me dio la oportunidad de seguir viviendo, gracias a mí, él no pudo volver nunca más al calor de su hogar y a las caricias de su madre.

Pero sigo dándole las gracias por no haberme condenado a morir en las manos de esa extraña enfermedad que convertía tu sangre en veneno.

Una lágrima se resbaló por mi mejilla, pero no era yo quien estaba llorando.





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